Reseña
Reseña - Sección dirigida por Alexandra Álvarez
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Infoling, 2 de diciembre de 2010
Directora de reseñas para esta sección: Alexandra Alvarez (U. Los Andes, Mérida, Venezuela)
Francisco José Zamora Salamanca. Reseña de Antonio Narbona. 2009 La identidad lingüística de Andalucía. Sevilla: Fundación Centro de Estudios Andaluces
0. Introducción
En su libro Language and Politics, John E. Joseph (2006: 36-37) se refiere a la denominada por él tensión de Saussure: la que, según el gran lingüista suizo (Saussure 1987 [1916]: 250), se establece entre la “fuerza de intercambio” (force d’intercourse) y el “aldeanismo” o “mentalidad de campanario” (esprit de clocher). A este respecto afirma Joseph (ibíd.):
What we may term ‘Saussure’s tension’ helps explain the emergence of World Englishes. If the USA and the UK shared exactly the same form of English, the imperative of intercourse would be satisfied, but that of identity would not. If they had two separate languages, the reverse would be true. But by having two forms of the same language – nearly mutually comprehensible but with a certain number of symbolically distinctive features – they have the best of both worlds. The same should be true for every part of the planet where the population develops its own form of World English.
Pienso que, aunque con las debidas cautelas, estas afirmaciones podrían aplicarse a otra lengua internacional, como es el español, donde se da también, con gran intensidad, la pugna saussureana entre la fuerza de intercambio y la mentalidad de campanario.
El libro objeto de la presente reseña se ocupa de analizar este campo de fuerzas en la Comunidad Autónoma de Andalucía; su título, en el que se menciona la expresión identidad lingüística, alude, precisamente, a la tensión de los andaluces entre su condición de hablantes de una lengua internacional y la de depositarios de una tradición cultural de varios siglos, que lingüísticamente se refleja en el uso de rasgos de habla considerados particulares (aunque, en realidad, la mayor parte de ellos se da en un área de mayor extensión, que es la que corresponde al español meridional). En este sentido, la presentación del volumen por parte de Demetrio Pérez Carretero, Director del Centro de Estudios Andaluces, el organismo dependiente de la Junta de Andalucía que publica la obra, comienza con las siguientes palabras:
Asegura el catedrático de Lengua Española de la Universidad de Sevilla Antonio Narbona que el andaluz es una de las variedades lingüísticas más estudiadas de todas las que tiene el español y, a pesar de ello, es una de las peor conocidas, incluso por los propios andaluces. Quizá porque ni los estudiosos del andaluz, ni los medios de comunicación, ni las instituciones competentes han sabido proyectar ese conocimiento a la sociedad. A esta circunstancia se ha unido el hecho de que el habla andaluza se haya visto, a menudo, reducida a un estereotipo negativo. Las connotaciones simplistas y estigmatizadoras del andaluz, apoyadas en percepciones tan frívolas como erróneas, han contribuido a dejar en un segundo plano el conocimiento de los elementos que lo singularizan: su gran variedad geográfica, así como sus particularidades léxicas, morfológicas, fonéticas y sintácticas.
A pesar de ello, los andaluces identificamos al andaluz como uno de los elementos primordiales de nuestra identidad como pueblo. Conscientes de la dificultad que supone una identidad alejada de los tópicos y prejuicios que históricamente han acompañado a Andalucía, la divulgación de la investigación científica sobre el andaluz puede y debe contribuir a educar una conciencia social que trate de contrarrestar las representaciones mentales que obstaculizan y distorsionan el conocimiento de nuestra identidad lingüística, dentro y fuera de nuestras fronteras [11].
En el prólogo, el coordinador del volumen, Antonio Narbona Jiménez comienza preguntándose si Andalucía tiene identidad lingüística: “¿Tiene Andalucía una identidad lingüística? Muchos pensarán que la duda ofende. Otra cosa es que se coincida a la hora de precisar en qué consiste” [15]. Y añade unas líneas más abajo:
[…] De su identidad, que parece reconocerse de inmediato, los propios hablantes de andaluz (con mayor razón los que no lo son) tienen, pues, una conciencia difusa y borrosa, y también parcialmente errónea, ya que muchos creen que todos o algunos de los fenómenos señalados son exclusivos o/y generales en Andalucía. ¿Por qué? Como casi siempre, no hay una razón sino varias, y, también como siempre, todas están estrechamente relacionadas [16].
1. “La identidad lingüística de Andalucía”[23-63]
En este trabajo, el primero de los cinco capítulos que conforman el libro, Narbona Jiménez trata del concepto de identidad y su aplicación al caso de la identidad lingüística andaluza. En sus propias palabras:
Desde que en 1881 publicó Hugo Schuchardt su trabajo sobre los cantes flamencos, las hablas andaluzas han sido objeto de atención de numerosos estudiosos, especialmente a partir de la aparición (entre 1960 y 1973) de los seis volúmenes del Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía (ALEA), de Manuel Alvar y sus colaboradores Antonio Llorente y Gregorio Salvador. Aunque no es comparable a la que trata de la historia de Andalucía, más de mil cuatrocientos títulos contiene la segunda edición de la Bibliografía sistemática y cronológica de las hablas andaluzas, de J. Mondéjar, publicada conjuntamente por las Universidades de Granada y Málaga el año 2006. Y no son pocos los trabajos aparecidos con posterioridad a esa fecha. Ahora bien, tan ingente producción bibliográfica –muy desigual, necesitada de criba y […]casi desconocida fuera del ámbito académico– ha puesto de manifiesto la extraordinaria heterogeneidad interna del andaluz, la ausencia de usos comunes ([…] la separación del castellano ha tenido que hacerse por vía negativa, por la no articulación ápico-alveolar de la s), lo que es percibido, incluso por los propios hablantes, como la siguiente reacción, sin duda exagerada, del primer Director de Canal Sur cuando se le echó en cara que en la Televisión autonómica pocos se expresaran en andaluz: “Que venga Dios y me diga cuáles son las hablas andaluzas, porque ¿qué tiene que ver un cordobés con un granadino o un malagueño?”. Si poco es lo que comparten todos los andaluces y no está claro qué los separa de otras modalidades de español, no cabe esperar que resulte fácil perfilar la identidad lingüística andaluza [31-32].
A este respecto, los rasgos considerados por el Carbona Jiménez: (1) gramática y prosodia, (2) léxico y (3) pronunciación.
En la sección que lleva el título de “El andaluz y otras variedades del español”, el autor afirma lo siguiente:
La propagación y explotación de una imagen de lo andaluz más que del andaluz, desestimado, menospreciado (o despreciado), marginado, discriminado, perseguido, por parte de instituciones centralistas, o, en general, por los castellanos, los de Madrid, de Valladolid o de Burgos (loh godoh, en Canarias), siempre resulta “rentable” [43].
En otra sección se pregunta este lingüista por la existencia de una normalización del andaluz:
¿Qué se ha de entender por normalizar? Hasta la definición del DRAE (“regularizar o poner en orden lo que no lo estaba”) parece hacer referencia más a la norma entendida como lo que debe o debería ser que a lo que simplemente es normal. Si toda propuesta de normalización lingüística persigue –deliberadamente o no– algo imposible, como es corregir –por vía legal y administrativa– el proceso evolutivo natural de las lenguas mediante una planificación de carácter político, la pretensión de normalizar el andaluz –una modalidad (o, mejor, un conjunto de modalidades) únicamente hablada del español, que […] ofrece abundantes y notables diferencias internas– tendría que comenzar por resolver ciertas cuestiones: ¿Tiene alguien legitimidad y autoridad para imponer, o proponer, ciertos usos (insistimos, hablados) a aquellos que no los practican?¿Con qué propósito se promoverían iniciativas que “obligarían” a algunos andaluces (o a todos) a alterar algo (o bastante) de su comportamiento idiomático, sin que vean las ventajas que de ello podrían obtener? [48]
Lo que se está dando en Andalucía, según Narbona Jiménez, es “una tendencia niveladora, no impuesta desde ninguna instancia exterior (¿cuál podría ser?), que va llevando a una relativa convergencia social” [55]. En relación con ello, este mismo autor afirma más adelante, en la última sección del capítulo, que “[s]on [los andaluces] los únicos dueños de sus actuaciones idiomáticas y quienes […] se deciden a introducir modificaciones o adaptaciones con el fin de lograr la máxima eficiencia comunicativa […]” [57]. Y también con sus mismas palabras:
Gracias a la generalización y mejora de la enseñanza (obligatoria hasta los 16 años desde 1990) y al creciente contacto con la escritura y con la oralidad formal (la contribución de los medios de comunicación resulta decisiva), no cesa de progresar la competencia expresiva de los andaluces, lo que incide igualmente en la nivelación de las divergencias extremas y, por tanto, en la tendencia hacia las soluciones que refuerzan la solidaridad social. […] Como todo el mundo aspira a salir de cualquier tipo de marginación, nadie renuncia a alcanzar una competencia comunicativa más amplia y eficaz, para lo cual no se desaprovecha nada que contribuya a moderar o poner freno a la dispersión e inseguridad lingüística. La vía más segura es, sin duda, la incorporación a la cultura escrita (en realidad, a la cultura, sin más), que potencia la referencia constante de la escritura común a todos los hispanohablantes [57-58].
2. “Lengua e identidad en Andalucía: visión desde la historia” [67-131]
Rafael Cano Aguilar comienza este capítulo con una reflexión sobre el concepto de identidad: “identidad e historia”, “identidad y lengua”, “identidad y variantes intralingüísticas (o dialectos)” son los tres epígrafes de la primera sección del trabajo.
La segunda sección, titulada “El andaluz: formación histórica y desarrollo de sus funciones identitarias” comienza con una exposición sintética sobre la historia lingüística de Andalucía, a la que sigue una sección sobre “la conciencia de la diversidad lingüística andaluza”. A este respecto, escribe el autor:
La valoración que se hace de los fenómenos lingüísticos andaluces no comienza sino con los eruditos y gramáticos que dan cuenta por escrito de los hechos y eso, como se ha dicho, empieza a producirse más de un siglo después de los primeros indicios, a finales del s. XVI, en una serie que comenzaría hacia 1580 y continúa durante todo el XVII. En esa valoración puede observarse la misma actitud dual: aceptación, complacencia, alabanza, o bien crítica y descalificación, que se aplicaba ya al grupo humano de los andaluces [82].
Son muy interesantes los dos primeros testimonios sobre la forma de hablar de los andaluces:
El primer testimonio es muy escueto: el rabino Mosén Arragel de Guadalajara tradujo al castellano en 1425 la Biblia y en ella afirma que en Castilla son conocidos “por las letras o por modos (sylabas) de órganos” (con esta expresión debe de referirse a formas de pronunciación) “leoneses e sevillanos e gallegos”, y que estos, aunque quieran ocultarlo empleando “vocablos” comunes, no consiguen pasar inadvertidos […].
Años más tarde, en 1490, el converso aragonés Gonzalo García de Santa María, en una decidida defensa de la lengua de Castilla y del modo de hablar de la corte como “norma culta”, alude a “algunas tan grosseras e ásperas lenguas como es Galizia, Vizcaya, Asturias y Tierra de Campos”, señalando que ni estas ni lo “muy andaluz” se tiene por lenguaje esmerado: las primeras, repite, por su carácter “muy gruesso y rudo” y lo otro porque “de muy morisco en muchos vocablos apenas entre los mismos castellanos se entiende”; esas formas, “de muy andaluz, tan cerrado”, son rehusadas en el uso común, salvo en aquellos lugares donde tales vocablos se emplean y entienden [85].
Una extensa sección en este capítulo es la titulada “Miradas sobre los andaluces” [89-124], donde se recogen e interpretan distintos testimonios expresados, desde la Edad Media hasta las primeras décadas del siglo XX, por autores andaluces o, en su mayor parte, de otras procedencias peninsulares. Es relevante a este respecto un primer testimonio del moderno seseo andaluz: “parece que fue el gaditano José Celestino Mutis el primero en denominar seseo, en 1766, a la variedad ‘siseante’ andaluza” [97].
Al comienzo de la sección siguiente, titulada “Regionalismo, nacionalismo y lengua en Andalucía” [112-124], Cano Aguilar escribe:
A finales del siglo XIX, pero muy particularmente ya dentro del XX, se produce en Andalucía el salto cualitativo desde la más o menos vaga conciencia propia de una identidad regional, de un modo de ser y actuar particularizado dentro del conjunto español, a la reivindicación del reconocimiento político de dicha identidad, en general dentro de la configuración tradicional del Estado, pero en ocasiones con veleidades de separación (no siempre claramente formuladas, al menos antes de la Guerra Civil de 1936-1939). El camino en la toma de conciencia política, de “regionalista” a “nacionalista”, no tuvo siempre una formulación ideológica clara y no siempre utilizó la lengua entre los parámetros constitutivos de la realidad que reivindicaba [112].
En la primera parte de esta sección, el autor del capítulo traza el relato histórico del desarrollo del andalucismo político y en una segunda parte se refiere al papel, secundario, de la lengua en este ámbito:
[…] durante el periodo fundacional del regionalismo y el nacionalismo andaluz las referencias a la cuestión de la lengua son prácticamente inexistentes […]. La mayoría de los escritos de [Blas] Infante tampoco se ocupa de lo lingüístico. Los textos y manifiestos, los proyectos de mancomunidades o estatutos tampoco lo recogen. Parece como si bastara con el problema agrario, real, y con la identidad histórica, mítica. La constatación de la realidad, Andalucía emplea la misma lengua que Castilla, la lengua del Estado, parece imponerse con su peso apabullante.
Pero el prestigio de la lengua en la conformación de las nacionalidades es demasiado fuerte, como mostraba muy de cerca el regionalismo-nacionalismo guía, el catalán. Y algunas referencias se hallan. Pero dispersas, sin conformar un cuerpo de ideas coherente, en ocasiones contradictorias… Todo ello de acuerdo, naturalmente, con el estado de conocimientos en la época de la realidad lingüística andaluza, conocimientos que se limitaban, aparte del contacto directo y de las impresiones más o menos intuitivas, a unas pocas páginas de Hugo Schuchardt, desconocidas por entero en España, y a algunas observaciones de los venerables folkloristas, Machado y Álvarez a la cabeza [117].
“No hay, pues –concluye Cano Aguilar –, en este primer regionalismo y nacionalismo una idea clara de la relevancia política e identitaria de la lengua en Andalucía” [123]. Y añade a continuación:
Se mantiene una tendencia observada ya entre escritores y eruditos andaluces de los Siglos de Oro, la exaltación del castellano, o español, de Andalucía, por sus mejores cualidades estéticas, literarias (cifradas en los grandes autores, medievales y clásicos, de la región). Junto a ello, se intenta situar al habla de Andalucía a la par de otras hablas españolas, destacando bien su corrección bien la comunidad de muchas de sus características con otras regiones. Es evidente que con ello se lucha, explícita o implícitamente, contra las posibles descalificaciones a la modalidad andaluza. La novedad empieza a ser el destacar supuestos rasgos diferenciales, incluidos en el entramado ideológico arabizante como sustento histórico de la afirmación regional, nacional, de Andalucía; la escasa, por no decir nula, veracidad de esta pretendida base histórica de la mitología andaluza debería haber sido suficiente para hacer tambalear y caer tal construcción si no fuera porque los mitos acaban alcanzando una vida independiente del material con que fueron fabricados.
Visión pobre, desenfocada históricamente, carente de otros anclajes en lo real que la intuición, la impresión instantánea, el conocimiento fragmentario de ciertos datos… Esta extrema pobreza de la reflexión lingüística en los primeros regionalistas políticos (o nacionalistas) puede entenderse, y aun disculparse, dada la situación de absoluto vacío en el conocimiento científico de la realidad lingüística andaluza en aquellos años. Hasta 1933, […] año en que Tomás Navarro y sus colaboradores trazan la “frontera del andaluz” sobre la base de los tipos de /s/ y la distribución de la distinción /s/ / /θ/ frente a las confusiones en formas de “seseo” o “ceceo”, no puede hablarse de Dialectología andaluza (el viejo trabajo de Hugo Schuchardt, de 1881, era prácticamente desconocido en España y además estaba hecho sobre las transcripciones de coplas flamencas elaboradas por Machado y Álvarez; no era, pues, un trabajo de campo). Esta solo avanzará y se consolidará desde la década de 1940. No tenían, por tanto, Infante y sus compañeros ningún sostén científico en que apoyarse y al que recurrir [123-124].
3. “La identidad fónica de los andaluces” [135-209]
Ramón Morillo-Velarde Pérez comienza este capítulo diferenciando un continuo de tres dimensiones: (socio)geográfica, (socio)demográfica y (socio)cognitiva. Dentro de la primera dimensión distingue entre continuidades y discontinuidades fonéticas o fonológicas, que, a su vez, pueden ser horizontales y verticales. En sus propias palabras:
Si de cualquier punto del espacio lingüístico andaluz aisláramos todos y cada uno de sus rasgos constitutivos y los comparáramos con los del más próximo y estos con los del siguiente y así ad libitum, tal comparación arrojaría, por un lado, una serie de hechos semejantes (isoglosas) –la mayoría, seguramente– y un número más o menos grande de diferencias (heteroglosas), según distintos factores y circunstancias en los que no podemos detenernos aquí. Vamos a llamar de manera puramente convencional continuidades a los datos lingüísticos que se repiten en todo el espacio geográfico andaluz o en grandes porciones de él y discontinuidades a aquellos rasgos que aíslan a una localidad o pequeños grupos de localidades de las de su entorno más inmediato.
Las continuidades nos sirven para situar a lo que llamamos andaluz o hablas andaluzas en relación con la lengua a la que tales hablas se adscriben –es decir, el español–, así como para trazar en ellas sus divisiones fundamentales. Las discontinuidades nos permitirán comprender mejor el complejo tejido de lo que podríamos denominar la interior “fragmentación lingüística de Andalucía” [137-138].
El autor de este capítulo considera que “el andaluz presenta continuidades lingüísticas que se prolongan hasta mucho más allá de Andalucía, tanto por el norte como por el sur” [141]. Y añade:
Tan es así que, de hecho, no se conoce casi ningún rasgo lingüístico, de los presentes en Andalucía, que no ofrezca alguna continuidad en un sentido o en otro. ¿Dónde radica entonces la personalidad lingüística del andaluz? ¿En qué se diferencia de otras hablas meridionales, como el extremeño, el murciano, el canario o ciertas hablas americanas? Sin duda, en la intensidad y altura social que muchos de estos rasgos alcanzan en él, sin excluir la presencia de factores de naturaleza prosódica y entonativa que contribuyen a dotar de firme personalidad al español que se habla en toda la región.
Las continuidades lingüísticas andaluzas nos permiten […] determinar los principales patrones de división del territorio lingüístico andaluz en grandes áreas. En este sentido, debe distinguirse entre continuidades horizontales y verticales, que permiten fragmentar la geografía andaluza en áreas transversales o longitudinales, apoyadas las primeras sobre heteroglosas fonológicas y léxicas y las segundas en heteroglosas léxicas, fonéticas y morfológicas [141-142].
Según Morillo-Velarde Pérez son continuidades horizontales de base fonológica la distinción, el seseo y el ceceo, mientras que los tipos de s representan continuidades horizontales de base fonética. A este respecto menciona la tesis doctoral de José Antonio González Salgado, Cartografía lingüística de Extremadura (Universidad Complutense de Madrid, 2000), que presenta un estudio revelador sobre la difusión por la Comunidad extremeña de los tipos de s considerados hasta entonces como típicamente andaluces (la s coronal plana y la s predorsal convexa con distintas variantes intermedias).
La sección del capítulo dedicada a la dimensión sociodemográfica [158-170] se subdivide en cuatro apartados: (1) “Demolingüística lingüística y demolingüística dialectal”, (2) “La demolingüística dialectal: unidades de medida”, (3) “El método: censo dialectal y simulación demolingüística” y (4) “Demolingüística de la distinción, el seseo y el ceceo en Andalucía”. El método de la simulación propuesto por Morillo-Velarde Pérez consiste, muy a grandes rasgos, primero en la estratificación de las localidades andaluzas en cinco tipos atendiendo al número de habitantes de cada población (los datos, recogidos en un apéndice al final del libro, corresponden al censo de 1995, porque, según RMV, los datos del censo de 2005 no presentan mayores diferencias con el anterior, salvo por el aumento de la población de inmigrantes) y, posteriormente, en la aplicación de un coeficiente corrector que redistribuye y nivela las frecuencias absolutas de hablantes distinguidores de s-z, hablantes con seseo y hablantes con ceceo. Previamente a la aplicación de este coeficiente, los porcentajes totales eran: 53,64% para el ceceo, 28,44% para el seseo y 17,92% para la distinción. Después de la simulación, los porcentajes resultaron notablemente nivelados: 38% para el seseo, 30% para el ceceo y 32% para la distinción.
La tercera sección de este capítulo se titula “La dimensión socio-cognitiva: conciencia lingüística, estigma y prestigio en la pronunciación andaluza” [170-200] y comprende dos apartados: “El estereotipo sociolingüístico” y “El prestigio de los rasgos dialectales en el español peninsular”. Se detiene especialmente el autor en el análisis del estereotipo árabe: “el primer estereotipo conceptual y cronológico que ha generado la percepción de las diferencias lingüísticas entre Andalucía y Castilla” [175]. Pasa luego a analizar el otro gran estereotipo relacionado con “lo andaluz”: el estereotipo de lo gitano. A este respecto señala:
En lo que atañe a los aspectos estrictamente representativos de la realidad lingüística, el estereotipo gitano suele relacionarse, sobre todo, con el léxico, quizá porque se entiende que ha habido entre ambas comunidades una especie de ósmosis cultural en virtud de la cual los gitanos habrían asimilado los rasgos andaluces de pronunciación (incluso el ceceo, pero no sólo él) y a cambio habrían aportado al andaluz un nada desdeñable caudal léxico [181].
Otra clase de estereotipos analizados por Morillo-Velarde Pérez son los denominados esquemas y modelos. Entre ellos estarían las distintas valoraciones estereotipadas como rasgos prototípicamente andaluces del seseo-ceceo, del yeísmo, de la neutralización de -r y-l implosivas o finales, de la aspiración procedente de F- inicial latina, de la aspiración de -s implosiva y final, así como su posible desaparición o modificación por efecto de las consonantes siguientes, de la pronunciación aspirada de las consonantes velares (g-j), etc. La suma de todo ello conduciría a la pretensión de crear una “ortografía andaluza” que recogiera todos estos estereotipos y los llevara a su máximo exponente.
Por último, el autor de este capítulo trata del prestigio de la fonética meridional y andaluza como una manifestación de lo que se denomina en sociolingüística prestigio encubierto. En sus propias palabras:
Estamos, pues, ante una situación, a primera vista, paradójica. Por un lado, los fenómenos vernáculos andaluces alcanzan una altura social y de uso elevada a consecuencia de su “prestigio encubierto”. Por otro, la conciencia lingüística de los andaluces sigue manteniendo el estándar, no solo como ideal de lengua (es decir, dotado de prestigio patente o manifiesto), sino como el referente último de una identidad idiomática, por encima incluso del andaluz, entendido como denominación genérica de las peculiaridades expresivas de Andalucía.
Esta aparente paradoja se explica, sin embargo, a la luz del proceso histórico que condujo a la formación de las modalidades lingüísticas secundarias del español. Estas, en efecto, son consecuencia de la activación de fermentos de inestabilidad lingüística latentes en el propio castellano y diferenciadas, sobre todo, con respecto al proceso evolutivo seguido por este en el tránsito entre el español medieval y el clásico y el moderno […]. Estos procesos se vieron además avivados por los trasiegos de población subsiguientes a la conquista de la Andalucía occidental primero, de la oriental después y, por último, al descubrimiento y colonización de América. Pero este apartamiento –que, a veces, es solo quietismo frente a la nueva revolución castellana– se produce de manera insensible y sin que los hablantes andaluces se den cuenta cabal de que están hablando algo diferente a lo que de allende el puerto, como se decía en la Edad Media, y con todas las aportaciones externas que se quiera, habían traído sus ancestros de las dos Castillas.
Es precisamente ese sentido de pertenencia idiomática a una unidad superior, todavía hoy superviviente, sumado al alejamiento y la marginalidad territorial de Andalucía en relación con Castilla la Vieja, núcleo irradiador de la koiné castellana moderna a partir del siglo XVII, el que impedirá que los andaluces cobren conciencia clara de las amarras lingüísticas que, una veces por innovación –las menos– y otras por arcaísmo, se iban rompiendo con respecto al nuevo estándar español. De ahí la altura social de los fenómenos meridionales; de ahí que la observación del grado de diferencia entre los distintos estándares históricos y los vernáculos andaluces haya sido puesta de manifiesto antes desde fuera que desde dentro de Andalucía; de ahí que escritores, como Fernando de Herrera, reclamen el derecho a la dignidad y legitimidad de normas lingüísticas ajenas a las cortesanas […]; y de ahí, en fin, el rechazo sistemático que todavía en la Andalucía de hoy se da hacia la consideración del andaluz como dialecto del castellano, no ya en los ámbitos científicos, sino en el general común sentir, en la medida en que se entiende que la denominación dialecto implica un grado de subordinación y de separación de estructuras lingüísticas que cuesta trabajo admitir [199-200].
4. “La proyección social de la identidad lingüística de Andalucía. Medios de comunicación, enseñanza y política lingüística” [213-319]
La autora de este capítulo, Elena Méndez García de Paredes comienza con unas reflexiones sobre los conceptos de identidad y cultura. Considera la identidad territorial como una construcción discursiva y ejemplifica con una encuesta sobre valores sociales de la cultura andaluza que se llevó a cabo en los años 1995-1996 (y se publicó dos años después, en 1998). A continuación trata de “la construcción identitaria regional en Andalucía en el período preautonómico y su difusión periodística” (título de la sección 4) y del “contexto político de los discursos de reivindicación en Andalucía” (título de la sección 5). En la sección 6, “Los discursos sobre el habla andaluza”, la autora señala que “[l]os discursos sobre la lengua en Andalucía fueron paralelos a aquellos que […] tenían el objetivo de construir y fraguar una identidad sociopolítica y cultural” [227]. Y más adelante explica que
[…] en muy poco tiempo, en aquellos ámbitos en los que coexistían dos lenguas con una situación histórica de diglosia social, se conformó una tradición metadiscursiva sobre el tema de la lengua que se extendió a otros contextos y se trasplantó luego a espacios comunicativos diferentes de aquellos en que tales discursos se habían creado […]. Se trasladaron a comunidades y regiones en las que no había ni bilingüismo ni diglosia […], como fue el caso de Andalucía. En estos nuevos contextos, los debates sobre la articulación lengua propia/lengua común del Estado generados en las comunidades bilingües, al contenerse polifónicamente por puro mimetismo, tuvieron que tomar otra deriva y se articularon sobre la dialéctica modalidad de habla “propia”/lengua estándar, identificada casi siempre con los usos del castellano de Castilla, de Madrid, etc. (por la evidente relación histórica que unos y otra tienen) […]” [229-230].
A continuación, Méndez García de Paredes comenta un editorial de ABC de Sevilla, titulado “Orgullo andaluz” (31-12-80) y concluye que en este texto:
[e]l sentimiento que asocia andaluz e incultura, y que se adjudica por igual a todos los andaluces, se hace derivar del comportamiento lingüístico de los que hablan en público y, en especial, de las actuaciones en los medios: “los locutores (salvo honrosas excepciones) utilizan un habla castellana, aun cuando esos programas se radien o se emitan desde Sevilla o desde Granada”. Este editorial es buena síntesis, por un lado, de las necesidades que se pretendieron crear dentro del contexto cultural para la identidad andaluza y, por otro, de los pilares argumentativos en que se sustentaron esos discursos y que se reiteraron con auténtico afán doctrinario [232].
En la sección siguiente, titulada “La argumentación en los discursos mediáticos sobre el habla andaluza”, la autora de este capítulo continúa refiriéndose al editorial de ABC:
El editorial que se acaba de analizar debe ponerse en relación intertextual con una serie de artículos que ABC había publicado a lo largo de 1978 en una, podría decirse, tribuna periodística sobre el andaluz (que va desde el 31-1-77 al 27-1-78). En estas páginas el escritor y profesor José María Vaz de Soto expuso sus opiniones e ideas sobre el tema y sobre la consideración que, a su juicio, históricamente había tenido la lengua en Andalucía y sobre la que, en justicia, debía tener como una norma más dentro del español. En el contexto político y social en que se publicaron sus artículos tuvieron una cierta resonancia y a partir de ellos se desencadenó una corriente de textos de opinión sobre la lengua y los usos de Andalucía por parte de los lectores que permiten analizar cómo la prensa impartió “doctrina” entre ciertos andaluces ansiosos de “no ser menos” que los catalanes, en este caso en lo que respecta a los usos lingüísticos. Igualmente, generó en algunos articulistas locales, carentes de su formación universitaria, un contagio temático que los llevó a explotar sin contención (ni ideológica ni científica) el venero de la modalidad andaluza [ibíd.].
Después de analizar numerosos textos periodísticos de los años de la transición política procedentes de ABC y de otros medios andaluces de comunicación, la autora pasa a reflexionar, en la sección 9, acerca del poder sobre el discurso en el contexto mediático. En sus propias palabras:
[…] en el largo camino hacia la autonomía de los años de la transición política, los discursos sobre el habla y la cultura andaluzas generaron un “mercado” de textos para consumo interno […], que suponían un posicionamiento ideológico. Dentro de esta, podríamos llamar, topología discursiva mediática, que contribuye a explicitar la construcción social de las señas de identidad andaluzas en el contexto histórico al que nos referimos, es necesario hablar también del control de los discursos por parte de los medios de comunicación. O lo que lo mismo, del poder del discurso mediático que, en cierta manera, podía restringir los discursos discrepantes, pues llama poderosamente la atención desde la perspectiva actual que las imprecisiones, errores y falsedades rastreadas en la prensa no tuvieran el contrapeso de textos más rigurosos de intelectuales que denunciaran o desmontaran todo ese cúmulo de despropósitos que pudo leerse en los periódicos. Cabe pensar que, en efecto, no los hubiera porque los temas de la lengua no interesaban a nadie y apenas si se leían. En este caso, sorprende que fueran tan recurrentes y pasaran de un periódico a otro. Es difícil creer que no se reaccionara por falta de competencia para hacerlo y que tanto dislate como se filtraba quedara impune por esa razón. Otra posibilidad es que existieran realmente esos discursos, pero fueran silenciados, de forma que los medios de comunicación, en su afán de conformar opinión y servir de tribuna didáctico-doctrinaria, tomaran partido e impusieran un cierto orden discursivo en este tipo de cuestiones [256-257].
Una extensa sección de este capítulo es la titulada “La promoción de un modelo de andaluz para los medios audiovisuales” [259-281]. Según Méndez García de Paredes, en la radio y en la televisión:
[…] la promoción funcional del habla andaluza se ha acometido siempre como una reacción mimética propia de una ideología nacionalista, pero sin ningún plan consciente de trabajo. En los intentos de normalización subyace una creencia con poco fundamento (y, como todas las creencias, difícilmente demostrable), que podría ser formulada en términos de hipótesis condicional: “si los profesionales de los medios hablaran en andaluz irradiarían un modelo de andaluz, el cual, debido a la función ejemplarizante de los medios, podría llegar a convertirse en una norma de prestigio que serviría de guía o de modelo de actuación a la que podrían acogerse los andaluces en situaciones formales”. Esto explica por qué la tarea de normalización de la modalidad se concentró en una reiteración de consignas emitidas en sucesivas campañas de promoción del habla a través de los medios, las cuales tenían como destinatarios primeros a sus profesionales, y secundariamente al resto de los andaluces. Pese al empeño nacionalista, no puede decirse que se haya obrado el efecto pretendido, pues, síntoma de lo prescindible que es este hecho, el habla andaluza sigue sin estar normalizada y, consecuentemente, el tema sigue presente aún en el discurso mediático […].
En cierta medida el “fracaso” es explicable, pues, de un lado, se ha sobrevalorado la influencia lingüística que pueden ejercer los medios de comunicación (no hay estudios que puedan cuantificarla), y de otro se otorga una importancia excesiva a la responsabilidad de los periodistas (no siempre aceptada por ellos) ante el idioma. El principio de influencia de la comunicación mediática no es, como se cree ingenuamente, ejemplarizante siempre; pero, cuando lo es, tampoco actúa en todos los niveles al mismo tiempo. Muchos años llevan la radio y la televisión nacional en los hogares andaluces irradiando una norma estándar peninsular que se escucha y se oye a todas horas y, sin embargo, no ha calado como norma de habla, pues la sociedad andaluza sigue siendo fiel a sus vernáculos (por supuesto con la variación sociolingüística que es inherente a la modalidad y a la “biografía de cada uno”) [262-263].
En la sección titulada “La proyección social del andaluz en la enseñanza”, la autora del capítulo afirma que
[l]a articulación del sistema educativo regulado por la LOGSE [Ley Orgánica General del Sistema Educativo de España] plantea […] la enseñanza de la lengua en Andalucía “desde la perspectiva de la modalidad lingüística andaluza”, con el objetivo de que los escolares andaluces se enfrenten a sus propios modos lingüísticos de una manera objetiva y racional, sin emotividades, sin complejos, sin tópicos [291-292].
Y a continuación añade:
Y no hay otra forma de hacerlo que integrando todos los contenidos acerca del andaluz dentro de un apartado general de conocimientos sobre la variación lingüística y la historicidad de la lengua española; relacionándolo, además, con el concepto de norma y de normatividad. De este modo, el alumno podrá comprender la pertinencia a una comunidad lingüística históricamente consolidada en la que conviven otros modos de ser el español, unificados, sin embargo, por la escritura. La descripción de sus rasgos más sobresalientes debe hacerse dentro de este contexto, pues permitirá hacer ver al alumno que no sólo son exclusivos de Andalucía, sino compartidos con otras variedades dentro del continuum geográfico del español. Sólo así, la mirada objetiva de la exposición didáctica permitirá hacer un planteamiento sobre estos contenidos, al margen de los tópicos y prejuicios contextuales […] que mediatizan el acceso de los escolares a su modalidad y podrá hacerles partícipes […] de esa realidad diversa, compleja y extensa que es el español [ibíd.].
En la sección siguiente, Méndez García de Paredes analiza críticamente el tratamiento que se da al andaluz en más de 70 libros de texto de la asignatura “Lengua castellana y literatura” impartida en los cursos de ESO [Enseñanza Secundaria Obligatoria] y Bachillerato de los centros educativos andaluces. La conclusión es que “el tratamiento dado al andaluz en los libros de texto, salvo muy contadas excepciones, transmite una visión de la realidad lingüística de Andalucía distorsionada y falseada” [299].
Como respuesta a la pregunta “¿Es necesaria y viable una normalización lingüística en Andalucía?” (título de la última sección del capítulo), Méndez García de Paredes llega a la siguiente conclusión:
En suma, hasta ahora ninguno de los tímidos intentos por elaborar una “norma lingüística andaluza” y desarrollar un trabajo de planificación en este sentido ha tenido en cuenta los problemas que tal labor lleva anejos, ni ha realizado ninguna de las tareas de análisis y documentación necesarias previamente para poder conseguir un resultado aceptable por la mayoría de la sociedad. Tampoco se ha tenido en cuenta si los costes, no solo económicos, que esa planificación acarrearía serían asumibles por la sociedad en cualquier circunstancia. Pero el problema es, en realidad, de mayor calado: no parece, en absoluto, que un trabajo de este tipo sea ni necesario ni exigido por la sociedad andaluza, que es en lo lingüístico tan dual como en su adscripción nacional […]: se siente tan andaluza como española, y no piensa renunciar a ninguno de esos dos elementos integrantes de su identidad social [305].
5. “A modo de epílogo. El problema de las identidades lingüísticas” [323-343]
José Jesús de Bustos Tovar presenta en este capítulo final un conjunto de reflexiones sobre tres aspectos relacionados con el análisis de las identidades lingüísticas: (1) los conceptos de identidad lingüística y cultural, (2) la coexistencia de lenguas diferentes en el seno de una misma comunidad y (3) la valoración que los propios hablantes hacen de las distintas variedades de una misma lengua (como sucede en el caso de las variedades de la lengua española).
Especial relevancia tienen las reflexiones sobre el término lengua propia. En palabras de Bustos Tovar:
El término lengua propia, que aparece en el texto de algunos Estatutos de Autonomía merece una serie de reflexiones aparte. La primera es de naturaleza conceptual. ¿Se habla de lengua propia referida a conjuntos sociales, a territorios o a individuos? Si sólo fuera de esto último, las cosas estarían claras: la propia lengua es la lengua materna, es decir, la aprendida en el seno de la familia. Por tanto, toda persona debería tener derecho a ser instruido en esa lengua. Pero el concepto tiene una dimensión social, no sólo individual, por tanto convendría indicar cuáles son los factores que inciden en la consideración de una lengua como propia, además del hecho de coincidir con la lengua materna. Habría que señalar, al menos, los siguientes:
1º Factores de naturaleza demolingüística, que determinarían el carácter de lengua, mayoritaria o minoritaria (incluso residual) en relación no sólo con el número de hablantes […] sino también en función del registro lingüístico en que se prefiere a una de las dos y del nivel social de que se trate […].
2º Factores de carácter histórico […].
3º El modo en que se ha formado la conciencia lingüística de cada comunidad […].
4º Criterios de índole cultural, entre los que se encuentra el papel que esa lengua haya desempeñado en la generación y transmisión de una cultura […].
5º La voluntad política imperante en cada período histórico, que puede tratar de imponer como lengua propia aquella que mejor responde a los intereses ideológicos de los grupos dominantes. En estos casos, más que de lengua propia habría que hablar de lengua impuesta. Tal cosa ocurre cuando no se apoya en ninguno de los criterios precedentes o se los toma como mero pretexto para un cierto proyecto político [332-334].
Y a continuación añade:
Todo ello nos indica que el uso del término lengua propia en los textos legales está sujeto a una ambigüedad conceptual que permite una fácil manipulación a la hora de establecer políticas de normalización lingüística. La cuestión se hace todavía más equívoca cuando en lugar de lengua propia, la política lingüística se refiere a privilegiar ciertas modalidades lingüísticas, no porque éstas carezcan de función identificadora, sino porque son esencialmente inestables. No sólo las modalidades sino también las microvariaciones lingüísticas poseen función identificadora (con diferente extensión territorial y distinta difusión social), pero hacer de ello, como se dice en el Estatuto de Autonomía de Andalucía, objeto de especial protección no tiene demasiado sentido, al menos desde los puntos de vista cultural y filológico [ibíd.].
En otra sección, titulada “El valor identitario de las variedades lingüísticas”, Bustos Tovar analiza el problema de la valoración de los dialectos con respecto a la lengua estándar. A este respecto, afirma:
[…] el conjunto de variedades que constituye una modalidad lingüística puede desempeñar una función identitaria. Otra cosa bien distinta es que esa identidad lo sea también de naturaleza cultural y, mucho menos, que revele un modo de concebir la realidad, es decir, que responda a un imaginario colectivo más o menos unitario en correspondencia con un proceso histórico privativo de una comunidad social a la que, además, se le hace coincidir con un territorio, condición indispensable para que adquiera un tono nacionalista. Referido a Andalucía, la prueba es bien fácil de obtener: de ninguna manera todos los andaluces se sienten solidarios de una sola modalidad de hablar y, menos aun, de un modo de ser o comportarse. Por eso, el Estatuto de Autonomía, recientemente aprobado, postula la protección de la modalidad andaluza “en sus diversas variedades”. Esto representa el reconocimiento de una fragmentación interna, cuyo destino se determinará históricamente, con independencia de lo que piensen o decidan gobernantes de una u otra ideología. Y se convierte en disparate en aquellos que postulan una unificación ortográfica para una modalidad que tiene notables variaciones fonéticas; además, no parece haber ventaja alguna en ello, aun en el supuesto caso de que fuera viable. Aunque sea contradictorio, ello no obsta para que algunos gobiernos autónomos adviertan en la existencia de modalidades lingüísticas una prueba del carácter “nacional” del territorio que gobiernan. Independientemente de las motivaciones miméticas (a veces muy importantes, como ha ocurrido en el caso de Andalucía respecto de Cataluña) que pudieran existir, no hay ninguna prueba histórica ni filológica de que exista tal relación [341].
Como conclusión considera el autor que:
[c]uando la función identificadora o “identitaria” se proyecta en el marco de la convivencia de lenguas (también podría aplicarse a la coexistencia de modalidades de una lengua) dentro de unos límites territoriales de carácter político-administrativo (así ocurre en el caso de las Comunidades Autónomas), quizá sería oportuno recurrir al concepto de espacio comunicativo, en el que interaccionan lenguas distintas. En este supuesto, el concepto de lengua propia no puede ser otro que el de lengua materna, es decir la aprendida “naturalmente” en el seno de la familia y su entorno social. Pretender explicar que las políticas lingüísticas se mueven en este o en otro sentido desborda los límites de campo de conocimiento del filólogo, quien, en cambio, sí debe denunciar la posible manipulación de ese saber [342-343].
6. Conclusión
El libro objeto de la presente reseña constituye una obra densa y bien articulada. Los cinco autores de los respectivos capítulos que integran el volumen son lingüistas y filólogos con una reconocida trayectoria en los campos de la dialectología y la lingüística histórica de la lengua española y cuentan con importantes publicaciones previas referidas al español hablado en Andalucía. A ello hay que sumar la aportación de la metodología del análisis del discurso que lleva a cabo Méndez García de Paredes en el capítulo correspondiente.
También está ampliamente conseguida en este volumen la actualización bibliográfica en materias de sociolingüística (psicosociolingüística) y de sociología del lenguaje. Por señalar alguna omisión, mencionaré aquí, con carácter general, el libro editado por Laurie Bauer y Peter Trudgill sobre los mitos del lenguaje (cf. Bauer/Trudgill 1998) y, más específicamente relacionado con la lengua española, el libro de Franz Lebsanft sobre las cartas de los lectores publicadas en el diario El País, en su primer decenio de edición, sobre el uso de la lengua y sobre los conflictos lingüísticos en España (cf. Lebsanft 1990).
Se trata, en definitiva, de un sólido volumen, que, sin duda, atraerá el interés de los hispanistas que se dediquen a la dialectología, a la sociolingüística o a la historia de la lengua española.
Referencias bibliográficas
Bauer, Laurie; Trudgill, Peter, eds. 1997. Language myths. London: Penguin Books.
Joseph, John E. 2006. Language and politics. Edinburgh: Edinburgh University Press.
Lebsanft, Franz. 1990. Spanien und seine Sprachen in den "Cartas al Director" von El País (1976-1987). Einführung und analytische Bibliographie (Tübinger Beiträge zur Linguistik, 342), Tübingen: Narr.
Saussure, Ferdinand de. 1987 [1916]. Curso de lingüística general. Publicado por Charles Bally y Albert Sechehaye con la colaboración de Albert Riedlinger. Traducción prólogo y notas de Amado Alonso. Madrid: Alianza Editorial (reimpresión de la edición de Buenos Aires, Losada, 1945).